La pasión de Leonel Asselborn Corbeiras es volar a bordo de un avión. Con sólo 26 años de edad, Leo pudo muñirse de saberes para trasmitir su experiencia vital a propios y extraños. Para alcanzar su anhelo, primero tuvo que vencer una enfermedad al que muchos temen y pocos se animan a pronunciar su nombre: el cáncer. Gracias a su oficio, este joven nacido en la ciudad de Las Breñas, provincia de Chaco, pudo recorrer el país. Así, volando de una provincia a otra, aspira hacerse un futuro como aviador comercial, forestal para el control del fuego, aeroaplicador e instructor de vuelo. Por estos días, al mando de un Aero Boyero, una pequeña aeronave industria nacional, Leo surca los cielos tucumanos para promocionar un circo que llegó hace un mes a la provincia. Un trabajo humilde para el mundo de la aviación, que le permite avanzar en la carrera que soñó tras curarse del tumor que afectó su columna cervical. Enfermedad que supo enfrentar con 21 años, cuando tuvo que dejar sus estudios de Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica Nacional Facultad Regional Tucumán para someterse a varias operaciones y salir adelante. Experiencia que lo hizo emprender una vida llena de nuevos desafíos. Durante una pausa en el trajín laboral de cada fin de semana y tras cargar combustible en la pequeña aeronave pintada color celeste, habla con El Mirador, diario digital de Yerba Buena en la pista del Aeroclub Tucumán, ubicado en Yerba Buena, al pie del cerro San Javier. Allí, el joven chequea cada uno de los comandos y el instrumental del avión como lo aprendió en su curso de piloto. Revisa su fuselaje, la presión de los neumáticos y las pastillas de freno del tren de aterrizaje, entre otras tareas. El chaqueño dice que su infancia trascurrió como la de otros chicos. Fue a la escuela, disfrutó de tardes de fútbol en su barrio y del campo, siempre presente en su pueblo. Pasada la adolescencia, decidió emprender un camino distintito al de sus padres médicos. Cuando le tocó el momento de estudiar, eligió ingeniería. “Cuando cursaba el segundo año en la UTN, me diagnosticaron un tumor en la columna cervical. El pronóstico era grave. De un día para otro pasé de tener un maravilloso presente con perspectivas excelentes a futuro, a una situación en la que lo único que importaba era permanecer con vida un día más”, indicó. A pesar de la mala noticia, su mamá lo tranquilizó. Ella le enseñó que era importante gozar la vida. Que los problemas se solucionan y que la clave es aprender del destino. “Mi familia incondicional: Ricardo, mi papá; Mónica, mi mamá; Melisa, mi novia y Vanina, mi hermana; y yo, supimos encontrar la respuesta. Viví todo esto para aprender”, resaltó Leo. Cuando le preguntó a un médico de una prestigiosa clínica de Buenos Aires cómo lo afectaría la enfermedad – pensaba que podría perder la función de un brazo fruto de su afección en la columna, cercana a terminales nerviosas- le respondió que podría quedar inválido para siempre o morir. “A mí me preocupaba porque si perdía mi brazo no iba a poder ejercer como ingeniero mecánico. Sólo tenía 21 años. El mundo se derrumbó pero lejos de caerme, comenzamos la difícil tarea de conseguir un especialista que quisiera operarme”, recordó. Regresó al Chaco y allí coincidieron con un médico traumatólogo, José Moreno, que con fe inquebrantable – dice Leo- le trasmitió al resto de los doctores que estudiaban su mal, que iba cambiar una vértebra sin tocar su médula ósea. Tras la operación, todo fue milagroso. Tras 5:30 horas en quirófano, dieron el alta médica porque superó con rapidez el postoperatorio. La pieza metálica colocada en su cuerpo y la cicatriz que le recorre el cuello y parte del pecho, quedaron para siempre como testimonio de su salvación. “Así, el 16 de noviembre de 2013, me realizaron la última cirugía. Colocaron una pieza de titanio para reemplazar la sexta vértebra cervical que el tumor había destruido. Volvimos a casa y allí nos dimos cuenta que no podría mover el brazo izquierdo. Tenía que pedir ayuda para alimentarme, atar los cordones e ir a la ducha. Lejos de asustarnos, el doctor Moreno dijo a mi padre que me dejara hacer una vida normal y que me rehabilitaría solo”, detalló. El tratamiento y la distancia que lo separaba de Tucumán, lo obligó a abandonar la facultad. Emprendió un proyecto laboral en el campo que no prosperó. Hasta que un día su mamá se contactó con el Aeroclub de General Pinedo (Chaco) donde el instructor de vuelo Rolando Rasmussen lo animó a insertarse en el mundo de la aviación. “Comencé a volar en el avión escuela, un P 11, en octubre de 2016. Para abril de 2017 ya era piloto privado. Seguí volando sin cesar en varias escuelas del país y la aviación se transformó en mi mejor sanación”, destacó el joven chaqueño. En 2018, Leonardo obtuvo su título de piloto comercial y continuó su formación para aprobar las licencias de multimotor, aeroaplicador, combate de fuego y, actualmente, se prepara para ser instructor de vuelo. Como la capacitación es muy onerosa, consiguió un trabajo como piloto en una empresa de publicidad que le permite reunir horas de vuelo – que en el mercado puede superar los $4.000- y ganar un sueldo. Trabajó en la costa atlánctica, durante el verano, en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, entre otras provincias. Actualmente, sigue los pasos de un circo por las capitales del norte argentino, publicitando sus funciones desde el aire, y continúa sumando práctica. Mientras habla, Leo no deja de lado las costumbres de su tierra, el mate es un fiel compañero. Asegura que gracias a las personas que conoció y al apoyo de su familia y de su novia, que lo visita periódicamente en cada provincia, seguirá adelante con sus estudios. “Pero volar no es lo más importante. Lo valioso es que esta profesión me permite cosechar relaciones humanas. Me quedo aproximadamente dos meses en cada provincia que visito. Conozco gente extraordinaria que me quiere. Hay muchas personas dispuestas a ayudar y se transforman en una familia postiza”, sostuvo Leo y expresó que “fruto de estas experiencias aprendió a abrir la mente y el corazón y se dio cuenta que la vida puede surcar diversos caminos”. “Las personas tenemos un maravilloso presente, lleno de posibilidades. La duda y el miedo son los grandes enemigos del conocimiento y aquel que no destierre los malos pensamientos se empequeñece tras cada paso”, añadió el chaqueño que además asegura que “antes de lograr cualquier meta es necesario elevar la existencia con ideas que guíen hacia la supervivencia”. Así Leo se hizo grande gracias a una pasión y dejó atrás su enfermedad. Hace unas semanas, obtuvo el segundo puesto en el Campeonato de Navegación y Aterrizaje de Precisión de Tucumán. A través de la ventanilla de su aeronave se fascina por los paisajes serranos que unen el llano tucumano con el cordón del Aconquija. Sobrevolar los barrios, los sembradíos de caña de azúcar y limón y admirar la espesura de las yungas es lo que más lo atrae del fértil suelo tucumano visto desde arriba. Hoy recibe el afecto de sus compañeros de vuelo en los aeroclubes y pistas aéreas de todo el país. Fuente: El Mirador Diario